martes, 24 de enero de 2012

Sin atreverse a confesárselo, que el secreto deseo de su corazón era...

16 de julio

   [...]Carlota es sagrada para mí. Todos los deseos se desvanecen en su presencia. Nunca sé lo que experimento cuando estoy a su lado: creo que mi alma se dilata por todos los nervios.

3 de septiembre

   Tengo que irme Guillermo; te agradezco que hayas fijado mi resolución vacilante. Quince días hace que ando dándole vueltas a la idea de dejarla. Tengo que irme. Está de nuevo en la ciudad, en casa de una amiga; y Alberto..., y... Tengo que irme.

12 de diciembre

   [...]Yo estaba allí, de pie..., ¡ah!, ¿es que falta valor para morir? Yo debía... Y sin embargo, heme aquí como una pobre vieja que recoge del suelo sus andrajos y va, de puerta en puerta, pidiendo pan para sostener y prolongar un instante más su miserable vida.



    Werther se sonrió y fue a buscar el manuscrito. Al cogerlo experimentó un involuntario estremecimiento; al hojearlo se llenaron de lágrimas sus ojos.
   [...]Un torrente de lágrimas, que brotó de los ojos de Carlota, desahogando su oprimido corazón, interrumpió la lectura de Werther. Este arrojó a un lado el manuscrito y, apoderándose de una de las manos de la joven, vertió también amargo llanto. Sus lágrimas se confundieron. Los ardientes labios de Werther tocaron el brazo de Carlota; ella se estremeció y quiso alejarse; ...

 Wolfgang Goethe, Las cuitas del joven Werther.

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