sábado, 14 de enero de 2012

El hombre de carne y hueso.

   Se trata, como veis, de un valor afectivo, y contra los valores afectivos no valen razones. Porque las razones no son nada más que razones, es decir, ni siquiera son verdades. Hay definidores de esos pedantes por naturaleza y por gracia, que me hacen el efecto de aquel señor que va a consolar a un padre que acaba de perder a un hijo, muerto de repente en la flor de sus años, y le dice: <<¡Paciencia, amigo, que todos tenemos que morirnos!>>. ¿Os chocaría que este padre se irritase contra semejante impertinencia? Porque es una impertinencia. Hasta un axioma puede llegar a ser en ciertos caso una impertinencia. Cuántas veces no cabe decir aquello de:

para pensar cual tú, sólo es preciso
no tener nada más que inteligencia.

Hay personas, en efecto, que parecen no pensar más que con el cerebro, o con cualquier otro órgano que sea el específico para pensar; mientras otros piensan con todo el cuerpo y toda el alma, con la sangre, con el tuétano de los huesos, con el corazón, con los pulmones, con el vientre, con la vida. Y las gentes que no piensan más que con el cerebro, dan en definidores; se hacen profesionales del pensamiento.

Del sentimiento trágico de la vida, Miguel de Unamuno, 1913.

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