''Ana
Sergeyevna llegó también. Se sentó en la tercera fila y Gurov sintió que su
corazón se contraía al mirarla; comprendió entonces claramente que para él no
había en todo el mundo ninguna criatura tan querida como aquélla; aquella
mujercita sin atractivos de ninguna clase, perdida en la sociedad de provincia,
con sus vulgares impertinentes, llenaba toda su vida; era su pena y su alegría,
la única felicidad que ambicionaba, y al oír la música de la orquesta y el
sonido de los pobres violines provincianos, pensó cuán encantadora era. Pensó,
y soñó...''
Antón Chéjov, La dama del perrito.
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