Mucho tiempo atrás, en una playa solitaria de Haití donde ambos yacían desnudes después del amor, Jeremiah de Saint-Amour había suspirado de pronto: ''Nunca seré viejo''. Ella lo interpretó como un propósito heroico de luchar sin cuartel contra los estragos del tiempo, pero él fue más explícito: tenía la determinación irrevocable de quitarse la vida a los sesenta años.
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